Entrevistamos a Ignacio Aranguren a los pocos días de fallarse el Premio Príncipe de Viana de la Cultura 2016. Nos encontramos en el Auditorio de Barañain, el teatro de su barrio. Nuestra cita se interrumpe en varias ocasiones porque algunos vecinos y amigos le saludan y felicitan. Ignacio se siente dichoso. Y agradecido.
¿Cómo te acercaste al teatro?
Mi acercamiento al teatro fue muy curioso porque, cuando era joven, en realidad quería ser químico. Pero dio la casualidad de que una profesora del instituto que impartía Filosofía nos descubrió el interés por la filosofía y las letras. De aquella promoción, un grupo de compañeros nos cambiamos de ciencias a letras.
En aquellos años la programación teatral en Pamplona era muy pobre. Venían compañías haciendo giras por provincias. Y lo que sí hacía yo era leer teatro. Para mí el teatro se ha convertido en una llave y sigue siéndolo. Una llave que abre puertas, las del ser humano, las de las emociones y las ideas. Son las puertas que yo quiero abrir. Creo que el teatro es muy completo y lo más especial es que nos sitúa tal como somos como ser humanos; esto es maravilloso. Cuando alguien me recuerda a un alumno que he tenido, siempre me acuerdo de su nombre, su apellido y el papel que interpretaba en mi clase. El taller de teatro ha sido mi proyecto educativo, y todavía sigue vivo. Me jubilé con 60 años, en mayo de 2013, pero he seguido con el proyecto Jóvenes Espectadores de Navarra, que es la prolongación de la Escuela de Espectadores que creé, con la que enseñaba a los chavales a ver teatro. Ahora sigo presente en muchos espectáculos con los que colaboro. Recuerdo algo muy bonito que me dijo un profesor: “Lo que me gusta de tus talleres es que me creo todo lo que dices”. Ahora tengo mi biblioteca de teatro, amasada durante 40 años, a disposición de los profesores que quieran; solo me tienen que cuidar los libros y devolverlos en 15 días. Pero los cedo encantado, quiero que circulen y se lean.
¿Qué aporta el teatro a un estudiante?
El teatro es muy educativo pero también puede ser muy deseducador. Cuando a un chaval le dices que es muy bueno y que se puede dedicar a eso, se le puede estar metiendo pájaros en la cabeza y volverle tonto. Por eso, cuando alguien me pregunta, le digo siempre que un actor lo que tiene que ser es culto y no tener prisa, ya que hay que papeles para todos las edades. En la cultura del espectáculo actual, de éxitos inmediatos, los grandes aplausos, los de verdad, huelen siempre a sudor. Cuando llega un gran aplauso, merecido, siempre te va a llegar oliendo a sudor porque te lo has currado y no te han regalado nada.
Si le preguntas a mis alumnos qué les ha aportado el teatro, contestarían sin dudarlo: La cultura del esfuerzo. Esto es algo que no está de moda hoy, no vende. Se trata de la satisfacción que sientes cuando ha salido bien un ensayo aunque nadie te haya visto. Y también se experimenta la satisfacción de habernos convertido en un grupo, de que tu éxito es también el mío.
El teatro lo inventaron los griegos hace más de 2.000 años y apenas ha cambiado. La historia del teatro escolar está por escribirse; yo he sido hijo de mi tiempo y lo he hecho a mi manera. Pero creo que el teatro es el arte más completo que existe. He visto a alumnos entregarse y darlo todo un sábado por la mañana. Y ese esfuerzo de mis alumnos ha sido mi mayor premio, más que cualquier otro.
¿Recuerdas también momentos duros?
Sí claro, también ha habido momentos complicados. Sobre todo, en cuanto a las incomprensiones de compañeros docentes que pensaban que lo que yo hacía no era serio o que me quería escaquear de clase. Y eso no es cierto porque yo he dado las mismas clases que los demás. Esto me ha ocurrido durante toda mi carrera. Yo impartía Lengua y Literatura pero, poco a poco, el Departamento de Educación me fue quitando clases. Y para mí fue muy importante que se reconociera que lo que yo hacía los viernes por la tarde era tan importante como lo que los demás hacían el miércoles por la mañana. Yo nunca he ido de artista, sino de pedagogo. Lo que hacía era coger grupos de 30 o 40 chavales y trabajábamos una obra durante todo el año para representarla al final.
En 35 años has formado a más de 1.000 alumnos. ¿Quiénes han sido tus maestros?
Influyeron en mí de forma decisiva Valentín Redín, que en los años setenta creó el grupo amateur El lebrel Blanco y aprendí mucho de él. Allí fui actor, ayudante de dirección… También aprendí mucho de José Carlos Plaza, Miguel Narros… que en los años ochenta venían a provincias a dar cursos. Además, he leído todo lo que he podido, y he aprendido a través de los ensayos. He aprendido a ser más paciente, he marcado menos, he amaestrado menos y he dejado que sus propuestas llegaran. El teatro ha sido mi puerta a la vida.
Entre todos esos alumnos, muchos se han dedicado al teatro de forma profesional y entre ellos algunos son tan conocidos como Alfredo Sanzol…
Alfredo ha escrito cosas muy bonitas sobre mí. Y se lo agradezco porque, habiendo tenido siempre mucho talento, no ha olvidado que en su día yo le di lo que tenía. También han pasado por el taller Natalia Huarte, actriz de la Compañía Nacional de Teatro Clásico; Alex Larumbe, actor que está ahora en el Teatro de la Zarzuela; Rodrigo Sáenz de Heredia; los miembros de la compañía Iluna; Santos García Lautre, director técnico en el Teatro Gayarre… Pero de lo que más orgulloso estoy es de los espectadores que he hecho entre abogados, médicos, periodistas…
¿Qué supone para un navarro el reconocimiento del Príncipe de Viana?
Ha supuesto un proceso muy bonito desde que me enteré que me proponían. Eso para mí ya es un premio. Y de repente he descubierto que tengo cientos de amigos, que me han ido felicitando. La verdad es que todo esto ha sido un subidón.
¿Y cómo valora que después de 26 ediciones se premie por primera vez a alguien del teatro?
Me hace muy feliz. Este premio se lo están dando también a las artes escénicas. Es muy bonito que por una vez no se diga aquellos de: “A esconder las gallinas, que llegan los cómicos”. Y siento que a través de mí se reconoce al teatro y a la enseñanza. Me siento un privilegiado porque cuando acabábamos la clase de teatro los alumnos me aplaudían, y eso en el ámbito de la enseñanza no se da casi nunca. La profesión de profesor sigue sin estar reconocida.
La entrega se llevará a cabo por primera vez en el palacio de Olite…
Esto me hace una especial ilusión porque he calentado el graderío de Olite muchas veces. He presentado alguna obra allí, pero, sobre todo, he estado como espectador, con mi bocadillo y mi manta. Además, es un edificio tan evocador y tan teatral… ¡Gracias a la vida que me ha dado tanto!
Y el premio por primera vez se invertirá en difundir la obra del premiado…
Me parece estupendo que todo el cariño revierta en quienes me lo han dado a mí y me han apoyado tanto.